viernes, 8 de noviembre de 2019

El familionario amigo Freud


Epistemología

El familionario amigo Freud*

(sobre la dificultad de hacer epistemología 
de los conceptos psicoanalíticos)



Solo una vez descubierta, Pompeya cayó en ruinas› 
Sigmund Freud.


No se trata de “hablar de Freud”, mucho menos, de hacer hablar a una persona que lleva 70 años muerta. Sin embargo, una especie de empuje a lo Juanito, nos lleva a escarbar, a espiar aquello que hace jaleo por más que un vértigo de culpa nos enrostre sus pruritos.

De alguna forma u otra, parecería ser que el impulso infantil a descorrer velos, cuales polleras maternas, nos guía y extravía cada vez que intentamos adentrarnos en la investigación epistemológica de los conceptos psicoanalíticos. Y esto, no solo sucede entre aquellos que adhieren al psicoanálisis, sino también entre sus críticos.

Como si tras el banquete de los fraternos parricidas, fuera uno, sapo de otro pozo, tentado a hurgar en el cadáver, a ver qué hay ahí, a ver si la carne derruida a subsumido al semblante o si un aura triunfal ha logrado descarnar, persistiendo en el éter…

Contradictoriamente, un padre muerto es algo con lo que se puede jugar, se puede arrancar uno a uno de sus dedos y llevarlos a la boca, hacerle cosquillas, retorcerle el pescuezo y hacerle creer cuantas cosas uno quiera, por ejemplo, que es ahora un becerro de oro o un montoncito de mierda…

Sin embargo, a la vez, un padre muerto es una muerte padre, es la falta de sustentación, de norte, de semblanza y de emblemas y la caída de todos los edificios en el aire que llevan por nombre algún “yo”.

El padre muerto es un padre desembarazado de la ley, pero a la vez, es la ley puro capricho. Es la ley sin padre lo que se inscribe como filiación, escindiendo al yo, en observado y observador de la ley.

El despedazamiento del psicoanálisis no precisó de ningún banquete, aunque los banquetes psicoanalíticos de hoy en día siempre se celebren entorno al tótem.

Al hacer epistemología de los conceptos del psicoanálisis nos topamos con el maná, como castigo por haber cedido a la tentación de despedazar al padre muerto, de tomarlo por detrás, de desenmascararlo.

Los términos freudianos hay que replantearlos en su campo adecuado, nos dice Lacan, cumpliendo el papel de Pablo “el enterrador”. Le da cristiana sepultura al cadáver del padre y nos ofrece en su lugar, un kit troquelado para armar, una historia de cigüeñas, que si bien no tiene el regusto incestuoso ni el eco mortífero del último latido, al menos no nos conduce a la angustia. Él, cual Jesús, ha cargado con el maná de la tribu en favor de la tribu. Él ha visto sus carnes laceradas y descompuestas por todos nosotros, lo ha enterrado, por eso, es él quien porta el maná y cual generoso brujo nos lo dosifica, nos lo acomoda. Nos orienta y nos inicia en la reconstrucción de un padre postizo, de “El Padre” con mayúsculas, a través del cubo mágico que nos ha presentado por Tótem-Fetiche del mismo.

El acento familionario sobre Freud no emerge casualmente a hacernos runrún cuando queremos exhumar su obra pues parte de dos vertientes bien precisas: la bendición lacaniana y el humor. Como si los humoristas se hicieran cargo del chiste, particularmente en su relación con lo inconsciente, riéndose de los solemnes rituales para que la momificación conceptual se sostenga a falta de todo rigor científico. En medio de éstas podemos adivinar una tercera vía: la que inician aquellos cansados y ofendidos porque la pregnancia del maná psicoanalítico ha infectado sus fecundos campos de investigación, su campo laboral, su campo de consciencia… (ya nadie se atrevería a hablar de la pureza virginal de los niños).

El recurso a la burla y la ofensa como medida protectora.

En éste contexto, no debería extrañarnos que tantos disfruten “poder” burlarse del cadáver despedazado de la obra de Freud ahí donde otros pretender ver una sólida y gallarda figura o que puedan acercarse de una manera más real sin mediaciones orientacionales… de igual manera, los críticos al psicoanálisis, se acercan con mucho más tino, aprenden a reconocer sus formas y sus disposiciones, al punto que de muchos de ellos se puede decir que han leído más a Freud que muchos que se dicen Freudianos. Es claro que el objetivo de algunos críticos no es otro que desembarazarse del maná que ya, no sin Ello, los ha poseído.

El supuesto retorno a “y de Freud”, noticias de ningún secuestro.

Evidentemente no podemos esperar el retorno de Freud encarnado en algún nuevo Mesías, aunque si alguno con suficiente autoridad se impusiera sobre los otros “candidatos”, lo seguirían  “piadosos psicoanalíticos”, advenedizos de toda índole, y los fraternos parricidas de siempre.

La fenomenal trampa, de lo familionario en Freud, tiene como eje, ese lugar que Freud mismo deja abierto “a inaugurar”, el lugar de sucesor, de conductor, del fundador total. Lugar de negociación, eje de administración política y extorsión transferencial, pero también, lugar teórico, lugar del poeta, lugar de aquel que se atribuye la hazaña de haber acabado con el Padre, incluso, con lo impenetrable del Padre. Ese lugar-nombre “Sucesor-de-Freud”, evidentemente no carece de función. Es como si al viejo se le hubiera escapado que el lugar “sucesor por advenir” a su muerte, no podía ser otro que el lugar del “advenedizo”.

La función de éste sucesor del “padre-moisés” no es otra que la de hacer entrar a la tribu en la tierra prometida, con el acto fundacional de erigir en su suelo, el “Tótem-identidad de pertenencia”.

Lacan realiza (o intenta realizar) esa gesta, incluso teóricamente. Inserta “su Freud” en la tierra  prometida, en el “campo adecuado”, devolviendo una imagen redondita con los conceptos psicoanalíticos perfectamente integrados en el maná del campo santo, cuyo respaldo es el estaqueado –a lo Cid Campeador– Tótem de Freud.

En Tótem y tabú, habría que aclarar –entre otras cosas– que el poeta, es siempre un poeta para otra tribu, no para la propia que conoce de sobra sus mezquindades y limitaciones. El poeta del cual Freud habla, es el poeta homérico, es decir “un poeta con público incorporado”.  El Slogan del “retorno a Freud”, tan enfáticamente esgrimido por Lacan, tiene una base bien precisa: asegurar su pase íntegro a la eternidad.

Volvamos.

Freud abre un lugar con el que juega hasta que despierta el anhelo de unos y otros, de manera que todas las relaciones transferenciales se dan tal y como él lo define para la masa:
Los lazos fraternos son tales exclusivamente en referencia a algún otro lazo vertical. Eso le da posición de origen y la posibilidad de designar un originado, un sucesor. Freud no precisaba público sino apuntalamiento, contexto. Ser padre para…

Por el contrario, el sucesor precisa público y que esa gente esté ahí en el lugar del testigo sí pero ansiosos, esperando por el poeta que les diga que lo que “hicieron con el padre” no es verdad, que en realidad, el padre es una abstracción, una suerte de “Y para cualquier y”. Es decir, la función del poeta es desembarazar a la tribu del maná y asumir sobre sí toda la carga, es decir, cumple la función de redención que le permite a la tribu redefinir sus leyes, sus concepciones, el uni-verso.

Así se podría decir casi en chiste:

Freud es Moisés en tanto guía a un lugar que desconoce y al que no podrá arribar jamás por haber renunciado a su propia tribu científica. Lacan aparece como un Moisés en otros rasgos. Es quien habla con Dios, aquel que en una rabieta rompe las tablas (que él mismo escribió para suplantar la voluntad de Dios), aquel que puede abrir las aguas, pero también aquel que se cuida muy bien de que no lo consideren “Dios”.

El Slogan del “retorno a Dios-Freud” es lo que le asegura a Lacan que él mismo no va a ser despedazado y luego erigido en Tótem. Cuando tal impulso aparece entre los fraternos comienza a funcionar el Slogan y el desvío se produce.
He aquí la clave, del círculo vicioso sin retorno que tuerce y pervierte todo intento epistemológico:
Se exhuma la obra de Freud a través de Lacan
y se exhuma la obra de Freud cuando se pretende exhumar la obra de Lacan.
  
Por otro lado, exhumar la obra de Freud para uno criado en la Tribu de Lacan no es otra cosa que jugar al cubo mágico totémico de ese Freud-para-armar erigido y validado como tal por Lacan. Exhumar la obra de Freud para otro que no sea de la tribu de Lacan no consiste en otra cosa, en última instancia, que cuestionar y tomar partido sobre la viabilidad y la validez de la sucesión (en el sentido legal del término) que Lacan establece respecto de Freud, o bien, adentrarse solitariamente para reabrir las puertas del infierno.


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*Texto publicado en la Revista Oli-Psi, "Psicoanálisis Salvaje", N°2, Octubre-Noviembre del 2003, de mi autoría.

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