Epistemología
El familionario amigo Freud*
(sobre la dificultad de hacer epistemología
de los conceptos psicoanalíticos)
‹Solo una vez descubierta, Pompeya cayó en ruinas›
Sigmund
Freud.
No
se trata de “hablar de Freud”, mucho menos, de hacer hablar a una persona que
lleva 70 años muerta. Sin embargo, una especie de empuje a lo Juanito, nos
lleva a escarbar, a espiar aquello que hace jaleo por más que un vértigo de
culpa nos enrostre sus pruritos.
De alguna forma u otra, parecería ser
que el impulso infantil a descorrer velos, cuales polleras maternas, nos guía y
extravía cada vez que intentamos adentrarnos en la investigación epistemológica
de los conceptos psicoanalíticos. Y esto, no solo sucede entre aquellos que
adhieren al psicoanálisis, sino también entre sus críticos.
Como si tras el banquete de los
fraternos parricidas, fuera uno, sapo de otro pozo, tentado a hurgar en el
cadáver, a ver qué hay ahí, a ver si la carne derruida a subsumido al semblante
o si un aura triunfal ha logrado descarnar, persistiendo en el éter…
Contradictoriamente, un padre muerto
es algo con lo que se puede jugar, se puede arrancar uno a uno de sus dedos y
llevarlos a la boca, hacerle cosquillas, retorcerle el pescuezo y hacerle creer
cuantas cosas uno quiera, por ejemplo, que es ahora un becerro de oro o un
montoncito de mierda…
Sin embargo, a la vez, un padre muerto
es una muerte padre, es la falta de sustentación, de norte, de semblanza y de
emblemas y la caída de todos los edificios en el aire que llevan por nombre
algún “yo”.
El padre muerto es un padre
desembarazado de la ley, pero a la vez, es la ley puro capricho. Es la ley sin
padre lo que se inscribe como filiación, escindiendo al yo, en observado y observador
de la ley.
El despedazamiento del psicoanálisis
no precisó de ningún banquete, aunque los banquetes psicoanalíticos de hoy en
día siempre se celebren entorno al tótem.
Al hacer epistemología de los
conceptos del psicoanálisis nos topamos con el maná, como castigo por haber
cedido a la tentación de despedazar al padre muerto, de tomarlo por detrás, de
desenmascararlo.
Los términos freudianos hay que
replantearlos en su campo adecuado, nos dice Lacan, cumpliendo el papel de
Pablo “el enterrador”. Le da cristiana sepultura al cadáver del padre y nos
ofrece en su lugar, un kit troquelado para armar, una historia de cigüeñas, que
si bien no tiene el regusto incestuoso ni el eco mortífero del último latido,
al menos no nos conduce a la angustia. Él, cual Jesús, ha cargado con el maná
de la tribu en favor de la tribu. Él ha visto sus carnes laceradas y
descompuestas por todos nosotros, lo ha enterrado, por eso, es él quien porta
el maná y cual generoso brujo nos lo dosifica, nos lo acomoda. Nos orienta y
nos inicia en la reconstrucción de un padre postizo, de “El Padre” con
mayúsculas, a través del cubo mágico que nos ha presentado por Tótem-Fetiche
del mismo.
El acento familionario sobre Freud no
emerge casualmente a hacernos runrún cuando queremos exhumar su obra pues parte
de dos vertientes bien precisas: la bendición lacaniana y el humor. Como si los
humoristas se hicieran cargo del chiste, particularmente en su relación con lo
inconsciente, riéndose de los solemnes rituales para que la momificación
conceptual se sostenga a falta de todo rigor científico. En medio de éstas
podemos adivinar una tercera vía: la que inician aquellos cansados y ofendidos
porque la pregnancia del maná psicoanalítico ha infectado sus fecundos campos
de investigación, su campo laboral, su campo de consciencia… (ya nadie se
atrevería a hablar de la pureza virginal de los niños).
El recurso a la burla y la ofensa como
medida protectora.
En éste contexto, no debería
extrañarnos que tantos disfruten “poder” burlarse del cadáver despedazado de la
obra de Freud ahí donde otros pretender ver una sólida y gallarda figura o que
puedan acercarse de una manera más real sin mediaciones orientacionales… de
igual manera, los críticos al psicoanálisis, se acercan con mucho más tino,
aprenden a reconocer sus formas y sus disposiciones, al punto que de muchos de
ellos se puede decir que han leído más a Freud que muchos que se dicen
Freudianos. Es claro que el objetivo de algunos críticos no es otro que
desembarazarse del maná que ya, no sin Ello, los ha poseído.
El supuesto retorno a “y de Freud”,
noticias de ningún secuestro.
Evidentemente no podemos esperar el
retorno de Freud encarnado en algún nuevo Mesías, aunque si alguno con
suficiente autoridad se impusiera sobre los otros “candidatos”, lo seguirían “piadosos psicoanalíticos”, advenedizos de
toda índole, y los fraternos parricidas de siempre.
La fenomenal trampa, de lo
familionario en Freud, tiene como eje, ese lugar que Freud mismo deja abierto “a
inaugurar”, el lugar de sucesor, de conductor, del fundador total. Lugar de
negociación, eje de administración política y extorsión transferencial, pero
también, lugar teórico, lugar del poeta, lugar de aquel que se atribuye la
hazaña de haber acabado con el Padre, incluso, con lo impenetrable del Padre.
Ese lugar-nombre “Sucesor-de-Freud”, evidentemente no carece de función. Es
como si al viejo se le hubiera escapado que el lugar “sucesor por advenir” a su
muerte, no podía ser otro que el lugar del “advenedizo”.
La función de éste sucesor del “padre-moisés”
no es otra que la de hacer entrar a la tribu en la tierra prometida, con el
acto fundacional de erigir en su suelo, el “Tótem-identidad de pertenencia”.
Lacan realiza (o intenta realizar) esa
gesta, incluso teóricamente. Inserta “su Freud” en la tierra prometida, en el “campo adecuado”,
devolviendo una imagen redondita con los conceptos psicoanalíticos
perfectamente integrados en el maná del campo santo, cuyo respaldo es el
estaqueado –a lo Cid Campeador– Tótem de Freud.
En Tótem y tabú, habría que aclarar –entre
otras cosas– que el poeta, es siempre un poeta para otra tribu, no para la
propia que conoce de sobra sus mezquindades y limitaciones. El poeta del cual
Freud habla, es el poeta homérico, es decir “un poeta con público incorporado”. El Slogan del “retorno a Freud”, tan
enfáticamente esgrimido por Lacan, tiene una base bien precisa: asegurar su
pase íntegro a la eternidad.
Volvamos.
Freud abre un lugar con el que juega
hasta que despierta el anhelo de unos y otros, de manera que todas las
relaciones transferenciales se dan tal y como él lo define para la masa:
Los lazos fraternos son tales
exclusivamente en referencia a algún otro lazo vertical. Eso le da posición de origen
y la posibilidad de designar un originado, un sucesor. Freud no precisaba
público sino apuntalamiento, contexto. Ser padre para…
Por el contrario, el sucesor precisa
público y que esa gente esté ahí en el lugar del testigo sí pero ansiosos,
esperando por el poeta que les diga que lo que “hicieron con el padre” no es
verdad, que en realidad, el padre es una abstracción, una suerte de “Y para
cualquier y”. Es decir, la función del poeta es desembarazar a la tribu del
maná y asumir sobre sí toda la carga, es decir, cumple la función de redención
que le permite a la tribu redefinir sus leyes, sus concepciones, el uni-verso.
Así se podría decir casi en chiste:
Freud es Moisés en tanto guía a un
lugar que desconoce y al que no podrá arribar jamás por haber renunciado a su
propia tribu científica. Lacan aparece como un Moisés en otros rasgos. Es quien
habla con Dios, aquel que en una rabieta rompe las tablas (que él mismo
escribió para suplantar la voluntad de Dios), aquel que puede abrir las aguas,
pero también aquel que se cuida muy bien de que no lo consideren “Dios”.
El Slogan del “retorno a Dios-Freud”
es lo que le asegura a Lacan que él mismo no va a ser despedazado y luego erigido
en Tótem. Cuando tal impulso aparece entre los fraternos comienza a funcionar
el Slogan y el desvío se produce.
He aquí la clave, del círculo vicioso
sin retorno que tuerce y pervierte todo intento epistemológico:
Se
exhuma la obra de Freud a través de Lacan
y
se exhuma la obra de Freud cuando se pretende exhumar la obra de Lacan.
Por otro lado, exhumar la obra de
Freud para uno criado en la Tribu de Lacan no es otra cosa que jugar al cubo
mágico totémico de ese Freud-para-armar erigido y validado como tal por Lacan.
Exhumar la obra de Freud para otro que no sea de la tribu de Lacan no consiste
en otra cosa, en última instancia, que cuestionar y tomar partido sobre la
viabilidad y la validez de la sucesión (en el sentido legal del término) que
Lacan establece respecto de Freud, o bien, adentrarse solitariamente para
reabrir las puertas del infierno.
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*Texto publicado en la Revista Oli-Psi, "Psicoanálisis Salvaje", N°2, Octubre-Noviembre del 2003, de mi autoría.
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